Poesia colombiana de Guillermo Luis Nieto Molina

Guillermo Luis Nieto Molina (Colombia)

Cien pesos

--- Fíjate, tan bien que la tenía y de la noche a la mañana se secó y se murió-- decían en las esquinas del pueblo.
-- ¿Qué pasaría niña?,  ella tan llena de vida y no le faltaba ni un grano de café---
--- Ni yuca ni ropa ni, ná,
 el marido le daba too los gustos.-- agrego otro.--
-- Así es, que vaina rara, uno pa morirse lo que necesita es estar vivo---
--- Quién iba a imaginar que tan llena de vida muriera tan rápido solo dos meses na má.
---Pobrecita no tenía familia, ni hermanos ni paes.--
--- Verdá, según dice la gente, cuando ella se casó tenía 16 años y había quedado huérfana.
-- Mira tú, quien se podía imaginar que eso sucediera aquí en el pueblo.
-- El señor Solo le llevaba 20 años de edad.
--Sí, pero se veía todavía jóven, como dicen, que el viejo le roba la juventud a las muchachas.
--- Nunca se había visto una tragedia de esos alcances aquí en el pueblo
--- Mira y tenían hijos ¿A quien le tocará toa esa plata?
-- Nada, ni uno adoctao--
-- Sabrá juaco--
--- Veé y ¿Cuántos años tenían de vivir juntos?
-- Como 30 años, tanto que el día que murieron , ese día se iban a casar.---
--- El juez tiene que sabé, el viejo declaró too en la oficina del juzgado.--
-- Verdá, después que salió de ahí llegó a la casa y se suicidó.--
--- A ese juez soy capaz de empiernarlo y soplarle el trago pa que se solle y me cuente todo---  dijo una prostituta en la esquina del mercado. La meretriz compañera de bar contestó:
--- Que te va a parar bolas el juez, si tú pareces una garza, yo si tengo carne, --
--- Y grasa pa sacar manteca--
Dijo un borracho pernicioso.
La casa donde vivía la pareja era la casa más linda del pueblo.
Diagonal a la iglesia. Amplia de corredores inmensos y frescos. Rodeado de jardines de rosas y trinitarias de todos los colores.
Don Salustiano complacía a su mujer, lo único que le  criticaban era que no le daba dinero.
Se supo por la planchadora que visitaba la mansión cada ocho días, a sus labores. El viejo Salustiano no la dejaba ni oler la plata. Hasta las pantaletas y toallas sanitarias se las compraba.
Margarita, gozaba de todas las comodidades,habidas y por haber. Vivía mejor que las mujeres ricas del pueblo.
Después de treinta años de disfrutar juntos, la muerte en dos meses se la llevó. Esa misma tarde también se llevó a su marido.
El pueblo quedó sorprendido por la tragedia.
No quedaron herederos. La casa vacía se veía como un barco anclado en la plaza. A oscuras,sin capitán ,sin espíritu sin mar para navegar con sus inquilinos en el océano de la vida. Los objetos también mueren, ese día murió la casa.

El día del sepelio el juez se le había hecho tarde, en el momento que sonaron las campanas llamando a misa, se  afeitaba  por instinto. Recordó palabra por palabra la confesión que le brindó unas horas antes Don Salustiano.
--" Vengo a entregarme"-- le había dicho,--- Yo tengo la culpa de la muerte de Margarita.
--prosigió-- hace dos meses regresé antes de la hora acostumbrada a la casa y la encontré con un tipo en mi cama.Al hombre no lo conozco, le dije <vistase y dígame ¿porqué lo hace?> 
 <Ella me lo ofreció por dinero>
<¿Cuánto le va a dar?>
<Cien pesos no me vaya matar tengo mi hogar y mis hijos>
<Deme los cien pesos, y firme el billete, ¡si no lo hace lo mato!>
Así fue señor juez, no me pregunte quién es el tipo porque no se quién es.
Yo agarré el billete y lo guardé, era la pastilla venenosa con que la mataría poco a poco.
A ella no le dije nada, la ignoré por completo, cada vez que me servía el desayuno, el almuerzo y la comida, yo sacaba el billete firmado por el hombre que encontré  con ella. Ella perdió el habla. Cuando yo presentía que ella necesitaba algo para su aseo personal, le mostraba los cien pesos firmados. Nadie se enteró de lo que pasó ese día.
Quedó entre los dos, el tipo señor juez creo no era de aquí, por su forma de vestir presumo que era del pueblo de mi mujer. Un poco más o menos de su edad.
Cómo la ignoraba,  no me importaba mirarla, desde aquel día, estoy seguro ella dejó de comer, la vergüenza es el puñal invisible que destroza la invisible  alma de las personas. Está mañana que la encontré muerta, la desconocía, era una calavera cubierta de piel y cabello. Si no fuera por una cadena que yo le regalé una vez de cumpleaños, yo hubiese creído que era la muerte que se había muerto entre mi casa. Señor juez llévame preso, debo pagar, yo la induge a  aborrecer la vida"
--¿Tiene el billete? -- recordó haber preguntado el juez.
Sí y es un nombre largo como el tipo, pero como no sé leer  no sabría decirle. Era ella quien me leía las cosas.
-- Deje verlo--
¡Aquí no hay un nombre don Salustiano, es un mensaje!
El viejo cambió el gesto de tristeza en su rostro por asombro.¿ Que dice? Preguntó
"Perdón por herir tu dignidad, nos amaremos siempre, J.A.P."

Cuando el juez terminó de afeitarse dijo en voz alta, dentro del baño.
--Ahora me toca a mí cargar con el muerto de don Salustiano, no podía dejarlo preso,  ignorar no está tipificado en el código penal como causante de muerte.
El viejo no pudo con la culpa y se mató.Me llevaré ese secreto a la tumba, quien sabe cuánto tiempo me toque soportarlo."
 En la casa muerta, de regreso del cementerio el juez ordenó soltar los pájaros y regalar a los necesitados las gallinas y cerdos del inmenso patio.
En las noches oscuras cuando el silencio recorre el pueblo buscando ruido, se escucha en la casa un quejido y el detonar de un disparo...

Guillermo Luis Nieto Molina
Derechos Reservados
23 de Mayo 2020.
El vaiven Juan de Acosta Atlántico.

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